Pedro I El Grande

Al hablar de los zares, un imprescindible es Pedro I el Grande. La figura más sobresaliente de toda la dinastía Romanov, que gobernó Rusia desde el año 1613 hasta 1917. El que es considerado aun como “Padre de Rusia” convirtió a su oscuro país en una potencia europea de primer orden, al que habría que tomar muy en serio en el teatro de la geopolítica euroasiática.  
Pedro I el Grande, obra de Hippolyte Delaroche (1838)
Pedro I, nació el 9 de junio de 1672 en Moscú. Hijo menor del piadoso zar Alejo I y su segunda esposa Natalia Naryshkina. A la muerte de Alejo le sucedió su hijo mayor Teodoro, medio hermano de Pedro, que a sus veinte años murió sin descendencia. Esto fue un problema, pues el sucesor al trono sería Iván, de 15 años, tímido y con gran dificultad en el aprendizaje.

Los boyardos, nobles alrededor de la corona, deciden que Iván no puede ser Zar, no tiene fuerza, ni inteligencia ni salud. Pero el pequeño Pedro, de diez años, prometía o al menos no producía desconfianza. Es en ese momento en que Sofía, de 25 años y hermana de Iván, convence a los streltsi (cuerpo militar de elite ruso) y a algunos boyardos discrepantes de levantar turbas y atacar el palacio, bajo la falsa premisa de que iban a defender la herencia de Iván. Sofía, dueña de la situación, propuso proclamar zares conjuntamente a Iván y Pedro, con ella como regente.

Los streltsi sin embargo piden una cabeza, la del mayor de todos los Naryshkina, el tío de Pedro, Matveyev. El pequeño Pedro tendrá que ver como su querido tío es torturado, destrozado en las extremidades y empalado. Pedro nunca olvidaría la traumática experiencia y guardaría un gran odio a Sofía. Desde aquel momento también contrajo un tic nervioso que le desencajaba el rostro en situaciones críticas.

De este modo inicio el doble zarato. Dos muchachos en un trono literalmente agujereado (para que Sofía escuchara sus reuniones), de quince y diez años respectivamente. Tenían muy poco poder de decisión. Durante siete años, Sofía gobernó como una autócrata. Así que podemos decir que el doble zarato en la práctica no era ni medio.

Pasaban los años, Sofía gobernaba hábilmente, y Pedro crecía de forma atípica hasta casi alcanzar los dos metros. Su tutor nunca pudo enseñarle nada de griego o mitología, pero sí le descubrió sus grandes pasiones: las mujeres, el desenfreno. la pólvora y el vodka. Mientras Iván V veía como las decisiones eran tomadas por su hermana, Pedro pasaba revista a tropas conformadas por los hijos de los criados y nobles venidos a menos. Además, llevado por la curiosidad, frecuentó el barrio de extranjeros de Moscú y allí pudo informarse acerca de los progresos occidentales, también entró en contacto con comerciantes y viajeros europeos, con los que se formó militar y políticamente.

Y así, entre pueblos cercanos a Moscú, Pedro como jugando consiguió diez mil soldados, perfectamente uniformados a la occidental, con sus fusiles, bayonetas y jinetes. Cuando Sofía se dio cuenta de que algo tramaba, ya era tarde. Ambos zares se casaron, pero Iván solo tenía hijas de dudosa procedencia. Pedro tuvo un hijo, Alexei, y Sofía considero que era el momento de actuar. En 1689 intentó convocar nuevamente a los streltsi, pero estos, al ver a los organizados soldados de Pedro, no intervinieron. El joven zar no dudo y ordeno encerrar a su medio hermana en un monasterio. Iván murió siete años después por su mala salud, y Pedro gobernaba ya en solitario. Era por fin el único Zar de Rusia. Corría el año 1696.

Inmediatamente Pedro impulso una serie de reformas orientadas a modernizar el país. Durante su cogobierno había formado amistad con los habitantes de la llamada “colonia alemana” de Moscú. Los extranjeros que residían en esa colonia tenían una educación, cultura y, especialmente, tecnología más desarrollada que los rusos. Gracias este contacto, se despertó en Pedro el interés por la cultura y la tecnología europea. Fue ahí probablemente donde surgió su sueño de convertir a Rusia en una potencia naval a semejanza de ingleses y holandeses.

Ansioso de buscar una salida al mar, decidió atacar al Imperio Otomano. En 1695 lanzo el primer asalto contra Azov, pero falló. Al año siguiente, asesorado por sus mercenarios europeos comprendió que necesitaba barcos para bloquear y bombardear el interior. Los otomanos estaban enfrascados en guerras contra Polonia y Austria, así que no pudieron enviar ayuda. Apoyado ahora por una flota de 30 barcos, la fortaleza de Azov cayó en manos de Pedro, quien lo celebraría con un triunfo en Moscú, al estilo romano.

A continuación, en 1697, el zar planeó algo histórico: la Gran Embajada. Acompañado por sus asesores y algunos nobles inició un viaje por toda Europa. Esta era en principio una misión diplomática para forjar alianzas contra el turco. Pero de paso Pedro I, que viajaba de incognito, quería aprender cómo eran esos sitios de donde provenían sus viejos amigos del extranjero.

En lo político, la Gran Embajada, fallo en su objetivo de conseguir aliados para enfrentarse a los otomanos, a la muerte de Carlos II de España las potencias europeas estaban más interesadas en repartirse sus dominios y para empeorar las cosas Francia era aliada del Sultan.

Sin embargo, los objetivos, personales, del zar fueron más que satisfechos. En Prusia aprendió acerca de artillería, en Holanda trabajo como carpintero mientras aprendía de construcción naval, en Inglaterra se empapo del trabajo parlamentario, de la ciencia y de la vida cortesana. Adquirió ideas que pronto pondría en práctica en su país, además invito a cientos de especialistas para que trabajen en Rusia.

En 1698, en su ausencia, estallo una peligrosa revuelta de los streltsi contra la política “occidentalizadora” de Pedro, que obligó al Zar a retornar, no sin antes pasar por Polonia, donde hizo amistad con el rey polaco Augusto. Ahí decidieron acabar con un rival en común, el Imperio Sueco. El joven Carlos XII había tomado las riendas, por tanto, era vulnerable. O eso creyeron en principio.
A su vuelta en 1696, los rebeldes fueron aplastados y algunos de ellos torturados personalmente por Pedro. Como anécdota, cuando un rebelde llamado Orlov ofreció el cuello, Pedro le dejó ir por valiente. Su nieto sería amante de Catalina la Grande.

Ordenados los asuntos en casa, y firmada la paz con los otomanos, el zar comenzó a preparase para su siguiente empresa, la Gran Guerra del Norte. En frente tenia a Suecia, monarquía protestante, con pocos habitantes, pero muy desarrollado. Su ejército era pequeño pero eficiente, como habían demostrado desde hacía un siglo en los campos de Europa. Y su rey era todo un personaje, crecido en el campo de batalla.

En 1700, Pedro I declaró la guerra a Suecia, pero rápidamente pudo comprobar que era real la fama del ejercito sueco. En Narva, los 9.000 hombres dirigidos por Carlos XII aplastaron sin piedad a las fuerzas rusas, que los triplicaban en número. De estos, únicamente pudo salvarse un tercio. Solo la oportuna intervención de Augusto de Polonia y el desprecio que sentía el rey sueco por los rusos salvo a Pedro del desastre. El rey sueco decidió dirigir sus tropas contra los polacos, dando tiempo a Pedro de reorganizar su ejército.

Mientras la amenaza sueca estaba ocupada en el frente polaco-alemán, Pedro fundó San Petersburgo, llamada “la capital del norte” rusa, levantó esta ciudad en las orillas del Golfo de Finlandia, en la cuenca del río Neva, algo que provocó muchas críticas por ser una zona insegura y también por las numerosas pérdidas humanas ocurridas durante la construcción, Según una expresión figurada de los contemporáneos, esta ciudad está construida no solo sobre el agua sino también “sobre los huesos de los campesinos rusos”. También por esos años contrajo matrimonio nuevamente con la que sería Catalina I.

En 1708, derrotada Polonia, Carlos XII decidió acabar con el “problema ruso”, esta vez con 40.000 hombres. “Voy a expulsar a los moscovitas a Asia de donde provienen» declaró. Sin embargo, el mal clima, los refuerzos interceptados, la falta de logística y las tropas rusas lo destrozaron en Poltava, Ucrania. En rey sueco debió huir a territorio otomano, donde trato de conseguir la alianza turca infructuosamente. Pedro no espero y en 1711 invadió territorio turco, saliendo derrotado. Debió negociar una paz, devolviendo los puertos que había conseguido en el Mar Negro, pero al menos consiguió que Carlos XII fuese expulsado de territorio otomano.

En el báltico los ejércitos rusos conquistaron más territorio a costa de los suecos y la debutante flota rusa, pudo medirse de igual a igual con la hasta entonces, imbatible flota sueca. En 1721, por fin, el tratado de Nystad puso fin a la Gran Guerra del Norte. La hegemonía en el báltico paso de Suecia a Rusia, y Pedro adquirió de sus súbditos el apelativo de “El Grande”.

Conseguidos sus objetivos en el exterior, Pedro se puso manos a la obra para alcanzar su objetivo más deseado, modernizar el Estado al estilo de las naciones europeas occidentales, para lo cual irremediablemente debía enfrentarse a los partidarios de la línea tradicional y ortodoxa de Rusia que culpaban al emperador de cambiar el camino histórico y tradicionalista del país.
En los asuntos internos, al terminar la lucha contra los streltsí, el zar reformador comenzó a combatir la sociedad feudal dominada por los boyardos, también opuestos a su política modernizadora. Pedro impulsó el cambio de la estructura socio-económica rusa, en manos de los nobles, para convertir el país en un Estado poderoso.

Inició cambios en la moda de los ciudadanos, prohibiendo, por ejemplo, llevar barba o imponiendo el vestido occidental a todos los rusos a excepción del clero y los campesinos. Aunque en realidad hubo reformas mucho más profundas.
En 1711 Pedro I abolió la Duma de boyardos y creó el Senado y nueve Colegios (o consejos ministeriales) que se convirtieron en los órganos superiores de gobierno. Estableció una nueva estructura administrativa que dividió el país en provincias, distritos y cantones. La nobleza tuvo que incorporarse a la administración, al Ejército o a la corte. Así, toda la sociedad quedó estructurada.
Pedro I reformó el sistema fiscal con nuevos impuestos y con la ampliación del número de contribuyentes, estableciendo que cada hombre tributase, mientras que antes se pagaba un solo impuesto por cada núcleo familiar, sin importar cuantos varones tuviera.

El emperador desarrolló la tecnología y las ciencias y creó los primeros institutos superiores, como la Escuela Politécnica y la Academia de Ciencias de San Petersburgo.

Para asegurar la sumisión de la Iglesia ortodoxa y evitar su intervención en política, en 1721 el patriarcado fue sustituido por un sínodo, especie de Ministerio de Asuntos Eclesiásticos, presidido por el zar. 
También abolió el calendario tradicional ruso, en donde el año empezaba el 1 de septiembre, a favor del calendario juliano, que comienza el 1 de enero, esto perduraría hasta la Revolución de 1917.

En 1724, Pedro hizo que su segunda esposa, Catalina, fuera coronada emperatriz (si bien él mantuvo todo el poder). Todos los hijos varones de Pedro habían muerto: el mayor, Alexis Petróvich, había sido torturado por orden de Pedro en 1718 por desobedecer a su padre y oponerse a las políticas oficiales.

A su muerte en 1725, a causa de problemas con el aparato urinario, tenía 52 años, la conmoción de la noticia replico de Rusia a toda Europa. Tras su muerte siguieron una serie de gobiernos débiles hasta la llegada de la gran Catalina II la Grande.

Los historiadores juzgan a Pedro I El Grande como un “mal necesario”, lo acusan por su violencia y vida desenfrenada. Pero hay que considerar que, en una época de autócratas, los reinos eran posesiones, y los reyes eran elegidos por Dios. Pedro debía mezclar estas características con las de un tirano oriental, como fueron sus antecesores.

Con su mano de hierro consiguió transformar durante su reinado de 42 años a Rusia, de una potencia asiática a una europea, y sentó las bases de un Imperio Ruso cuyas principales características perduran hasta el día de hoy.
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