Anibal Barca, el enemigo de Roma


En cierta ocasión estaban charlando Escipión y Aníbal, en un gymnasium en Efeso, sobre el oficio de general en presencia de muchos, y, al preguntar Escipión quién le parecía que era el mejor general de la historia, Aníbal le dijo: “Alejandro de Macedonia”. Escipión asintió al respecto, al considerar también el mejor a Alejandro, y le volvió a preguntar quién sería el segundo, después de Alejandro. Aníbal respondió, “Pirro de Epiro, pues no es posible encontrar a nadie más sumamente valeroso que estos dos reyes”. Aunque a Escipión esto ya le molestó, aun así volvió a preguntar a quién le concedería la tercera posición, esperando con certeza que al menos le eligiese en tercer lugar. Pero Aníbal dijo, “A mí mismo, pues siendo todavía un jovenzuelo conquisté Iberia y fui el primero, después de Hércules, en cruzar los Alpes con un ejercito. Y tras invadir Italia, sin que ninguno de vosotros tuviese valor para impedírmelo, arrasé vuestras ciudades y, en numerosas, os coloqué la lucha a las puertas de la misma capital, sin recibir ayuda económica ni militar de Cartago”. Como Escipión veía que Aníbal no paraba de elogiarse, dijo riéndo: “¿Dónde te pondrías a ti mismo, Aníbal, si no hubieras sido derrotado por mí?”. Aníbal dijo, al percibir el resquemor de Escipión, “Yo por mi parte me pondría a mí mismo por delante de Alejandro”. Esta respuesta, dicha con aquella astucia cartaginesa y a modo de sorprendente halago, impresionó a Escipión, pues lo había colocado aparte del resto de generales, como si no admitiera comparación.

ANÍBAL BARCA


Hijo del también celebre general cartaginés Amílcar Barca, nació en Cartago el año 247 a. C. en plena Primera Guerra Púnica, de madre ibérica fue el mayor de 3 hermanos con los cuales años mas adelante emprendería la empresa militar que lo convertiría en leyenda. A los 11 años, su padre se lanzo a la conquista de la península ibérica para de esa manera tratar de recuperar el poder que Cartago había perdido luego de su derrota ante Roma, cuenta la leyenda que el pequeño Aníbal solicito a su padre permiso para acompañarle, a lo que este acepto con la condición de que su hijo jurase odio eterno a Roma, cosa que hizo. Ya en campaña, inicio su entrenamiento militar primero bajo el mando de su padre y después como segundo al mando de su cuñado Asdrúbal.


En 221 asumió la comandancia del ejercito púnico en Iberia, pese a la oposición de parte del Senado cartaginés y gracias a su popularidad entre las tropas, en los siguientes 2 años consolido la hegemonía de Cartago sobre las tribus hispánicas y con eso cumplió los objetivos trazados por su padre. Su ciudad era nuevamente rica y poderosa, lo cual provoco alarma en la vieja enemiga Roma. En 219 tomo la decisión de cobrarse la revancha dando inicio a la Segunda Guerra Púnica, conquisto y destruyo la ciudad de Sagunto pese a las advertencias de Roma, y en la primavera del 218 emprendió con su ejercito la famosa expedición a través de los Alpes para llevar la guerra a la misma Italia.


Después de una serie de espectaculares victorias que se coronaron con la destrucción de 16 legiones romanas en Cannas, no pudo doblegar a Roma y tampoco emprender un ataque directo contra la poderosa ciudad por la falta de material de asedio y la escasez de hombres. Así, sin apoyo de Cartago, por casi 15 años se paseo por toda Italia casi invicto. Pero las derrotas cartaginesas en los otros teatros de la guerra, le obligaron a regresar a África para tratar de salvar a la ciudad del ejercito enemigo. En 202 los romanos comandados por Publio Escipión se cobraron la revancha y derrotaron a Aníbal en los campos de Zama, poniendo con eso fin al conflicto y colocando a Cartago prácticamente en situación de vasallaje.



Abandonando todo sueño de crear un poderoso imperio, consiguió ser elegido Sufete por el Senado cartaginés, puesto en el cual trabajo para devolverle algo de su esplendor, ganándose con sus medidas la animadversión de la clase oligárquica. Siete años después de Zama, sus enemigos políticos consiguieron las pruebas suficientes para acusarlo de preparar una nueva guerra contra Roma, la cual alarmada exigió su entrega inmediata. Aníbal entonces huyo a oriente, primero a la metrópoli de Cartago, Tiro, y luego a Efeso donde se reunión con el poderoso rey seléucida Antioco Megas, que de inmediato lo convirtió en su asesor militar. Al estallar la guerra entre los romanos y Antíoco III, Aníbal le aconsejó pactar una alianza con todos los Estados que tenían motivos para temer a Roma. El plan superaba los proyectos de Antíoco; por otra parte, los cortesanos sirios eran hostiles al gran cartaginés y aconsejaban al rey que no se dejara arrebatar la gloria por un extranjero.


El seléucida, pues, otorgó a Aníbal sólo misiones subalternas y la facultad de dar consejos que no eran escuchados. Al fin, Antíoco tuvo que firmar una paz humillante; los romanos lo obligaron a entregar al cartaginés, que era a quien más temían. Pero el eterno desterrado, ganando una vez más la baza por la mano, buscó refugio junto al rey Prusias de Bitinia, a quien ayudó a vencer a su enemigo, el rey de Pérgamo. Entonces apareció en escena Flaminio, el vencedor de los macedonios, enviado como embajador, y Prusias, "el más miserable de todos soberanos de Asia", traicionó al que tanto le había ayudado. Aníbal, que conocía el carácter de su protector, había hecho construir en su casa, como medida de precaución, pasadizos secretos, pero al huir por uno de ellos, lo encontró bloqueado por los soldados del rey. No viendo otra salida, Aníbal tomó un veneno que siempre llevaba consigo en el engarce de su anillo y dijo: "Voy a liberar a los romanos de su miedo, ya que no quieren dejar morir a un hombre en paz". Corría el año 183 a. C., el mismo en que murió Escipión, su gran adversario. 


Sobre el cartaginés, sus hazañas, y particularmente su victoria en Cannas, han sido estudiadas y analizadas por las academias militares del mundo entero. Y sobre la trascendencia de su genio militar no pueden existir dos opiniones. Fue capaz de mantener sus conquistas en un país hostil frente a varios ejércitos poderosos y una sucesión de comandantes capaces, debe necesariamente haber sido un táctico y estratega sin igual. Ciertamente, sobrepasó a todos los generales de la Antigüedad en la utilización de estratagemas y emboscadas. Tan increíbles como fueron sus logros, debemos admirarnos aún más si tenemos en cuenta el escaso apoyo que recibió desde Cartago. A medida que caían sus veteranos, se veía obligado a organizar levas de refresco en el lugar donde se hallara. Nunca se menciona un solo motín en su ejército, compuesto como estaba de africanos, hispanos, italianos, griegos y galos. Más aún, todo lo que sabemos de él nos ha llegado en su mayor parte de fuentes hostiles.

Los romanos le temían y odiaban tanto que eran incapaces de hacerle justicia. Livio habla de sus grandes cualidades, pero añade que sus vicios eran igualmente grandes, de entre los cuales destaca su «perfidia más que púnica» y su «inhumana crueldad». Para el primero no parece existir mayor justificación que su consumada habilidad en tender emboscadas. En lo concerniente al segundo, creemos que no es posible otra razón que, en ciertas crisis, actuara según el espíritu de la guerra antigua. Ninguna brutalidad mancha su nombre tanto como la perpetrada por Claudio Nerón sobre el derrotado Asdrúbal, es más, al morir Marcelo ordeno darle los mayores honores posibles.


Polibio únicamente menciona que era acusado de crueldad por parte de los romanos y de avaricia por parte de los cartagineses. Tenía, ciertamente, enemigos implacables entre sus mismo compatriotas, y su vida representó una constante lucha contra el destino. Por su firmeza de propósito, por su capacidad organizativa y maestría en la ciencia militar, es posible que jamás haya tenido igual.

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