Si bien en el siglo V el poder del Papa no era lo que sería en los siglos posteriores, la gente de Roma, recurrió a dónde el líder cristiano como último recurso dada la incapacidad de su emperador.
Los relatos contemporáneos nos dicen que León I, entonces Papa, viajó al norte, cerca de la ciudad de Mantua, para reunirse con Atila:
El anciano de simplicidad inofensiva, venerable en su cabello gris y su majestuosa vestimenta, dispuesto a su propia voluntad de entregarse por completo, salió al encuentro del rey bárbaro que estaba destruyendo todo a su paso, acompañado de una pequeña comitiva de suplicantes.
Se encontró con Atila, se dice, en las cercanías del río Mincio, y si bien no existe ningún registro acerca de lo conversado entre ambos, podríamos imaginar lo siguiente:
"El senado y el pueblo de Roma, una vez conquistadores del mundo, ahora vencidos, vienen ante ti como suplicantes. Oramos por misericordia y liberación. ¡Oh, Atila, rey de reyes, no podrías tener mayor gloria que ver suplicante a tus pies a este pueblo ante el cual todos los pueblos y reyes yacen suplicantes. Has sometido, Oh Atila, a todo el mundo! De las tierras que se les otorgó a los romanos, vencedores sobre todos los pueblos, para conquistar. Ahora oramos para que tú, que has conquistado a otros, debes conquistarte a ti mismo. La gente ha sentido tu flagelo; ahora como suplicantes sentirán tu misericordia."
Por alguna razón (hay varias hipótesis, incluida una hambruna, el año anterior, que puede haber impedido la capacidad de los hunos de obtener suministros), Atila se alejó de Roma a cambio del pago de un tributo (que no se llegó a efectuar)
La gente creyo que León era la razón por la que Atila se retiró. A partir de entonces lo llamaron León el Grande, el pontífice había logrado no solo una victoria para Roma sino también para la Iglesia. En los años futuros, a medida que el poder secular de Roma continuó desvaneciéndose, el poder de la Iglesia romana y el del Papa, aumentó sustancialmente.
Algunos años más adelante en el 455, León I se enfrentó con otra invasión. Esta vez, fueron los vándalos los que amenazaron Roma. León I no pudo impedir que los bárbaros entraran en la ciudad, pero sí consiguió –y fue un logro extraordinario– que no la arrasaran.
Los hunos por su parte, regresaron a casa. Según los informes, Atila bromeó diciendo que sabía cómo conquistar hombres, pero el León (Papa León) y el Lobo (San Lupus, de Troyes) eran demasiado fuertes para él.
El siguiente plan de conquista de Atila fue el Imperio Romano de Oriente. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de alcanzar ese objetivo. Constantinopla sobreviviría durante mil años, pero la vida de Atila pronto terminaría.
Aunque ya tenía varias esposas, Atila tomó otra después de su regreso de Italia. Celebrando el evento, en algún momento durante los primeros meses de 453, bebió mucho. Murió en su noche de bodas. La mayoría de los historiadores dicen que murió de una hemorragia nasal, tal vez de una arteria reventada. Atila había gobernado solo ocho años.
Después de su muerte, ninguno de sus hijos estuvo a la altura de su padre. El alguna vez poderoso Imperio de los Hunos se derrumbó, y los guerreros hunos, todos excepto Atila, se desvanecieron en la historia.