El ejercito francés antes de la ofensiva alemana de 1940 - Parte 3

Mechelen-sur-Meuse: un aterrizaje forzoso detiene la ofensiva de Hitler.

El avión alemán siniestrado
Bruma y suelo helado. 10 de enero glacial. Las aguas del Mosa están congeladas. Los soldados belgas de un puesto fronterizo, cerca de Mechelen, se calientan en una barraca de madera. El ruido de un avión a vuelo bajo les hace salir precipitadamente. El avión cae tras una fila de arboles, que le arrancan ambas alas. El motor ha ido a parar a unos arbustos. Un hombre de largo capote gris contempla aturdido los restos del aparato.
Tras los arbustos se eleva una columna de humo. Otro hombre de capote gris quema papeles. Los soldados corren, tiran al aire, atan al hombre y apagan el fuego de los documentos. Estos conservan aún el mordisco de las llamas. En el barracón adonde le llevan, el hombre detenido, el comandante del ejército activo Reinberger, se los arranca de las manos al Capitán Rodrigue y los arroja a la estufa. Rodrigue alcanza a rescatarlos quemándose las manos. El alemán le quita la pistola al oficial belga y se la lleva a la sien. Desarmado inmediatamente, se golpea la cabeza contra el tabique diciendo que está deshonrado y que le dejen suicidarse. El otro alemán, Hoenmans, comandante de reserva, se calla, flemático.


La historia es la siguiente: quebrando todas las consignas, el comandante Reinberger, de la 7ma División Fallschirmjäger, ha utilizado el avión de enlace (un Bf 108 Taifun) pilotado por Hoenmans para volver a Köln, luego de cumplir una misión en Munster. El avión se ha extraviado y, falto de gasolina, ha aterrizado donde ha podido. Los documentos ultra secretos que llevaba Reinberger ahora están en las manos en las que no debían caer.

Al día siguiente, en Vincennes, el agregado militar francés, llegado de Bruselas, entrega al General Gamelin una nota del General van Overstraeten, consejero militar del rey. En una docena de hojas resume la parte salvada de los documentos de Mechelen. Allí se habla de una gran ofensiva alemana. Alcanza a Holanda, que será invadida. Alcanza las Ardenas belgas, a través de las cuales se trazan varios itinerarios. Alcanza los pasos del Mosa y del Sambre, que deben ser ocupados, mediante un desembarco aéreo por la 7ma Div. Fallschirmjäger. Falta el día D, pero los belgas tienen la convicción de que es inminente. De repente se encuentra planteado todo el problema de la intervención franco-británica en Bélgica.

Su principio ha sido admitido el 24 de octubre por el alto mando francés. En esa fecha, sólo se trataba aún de llegar hasta el Escalda, para ejercer una acción de retardo sobre las columnas alemanas que se dirigieran a atacar las fortificaciones de la frontera francesa.

Después, se amplían las intenciones. El ejército belga se reforzaba. Estaban en curso serios trabajos de fortificación. Aumentaba la esperanza de ver a los belgas oponiendo al invasor una resistencia algo más que simbólica. Entonces, ¿Porqué no proyectar algo más que una acción de retardo? ¿Porqué no entrar en Bélgica con intención de establecerse? Las ventajas eran múltiples.



  • Morales: socorriendo a los belgas, los franceses y los ingleses ponían fin a la tradición del abandono de las pequeñas potencias, que habían inaugurado con Checoslovaquia y continuando con Polonia.
  • Económicas: se salvaban preciosas regiones industriales en Bélgica y en el norte de Francia.
  • Estratégicas: se alejaba de Inglaterra la amenaza aeronaval, y acercándose al Ruhr, se daba un paso importante hacia el arsenal del enemigo. 
Por añadidura, el aporte de las veinte divisiones belgas anulaba la inferioridad numérica con que combatían los aliados.

Pero los inconvenientes no son despreciables. La entrada en Bélgica hace salir al ejército franco-inglés de las fortificaciones del campo de batalla preparado en que se trabaja desde el otoño. En las llanura belgas, favorables a los Panzer, se expone a lo que anatematizan los sagrados reglamentos franceses: una batalla de choque.
Ciertamente, se responde que no se trata de esta "herejía". Se trata únicamente de desplazar hacia adelante la batalla defensiva para recibir el ataque fuera del territorio nacional. Inmediatamente empiezan los planteos: ¿Habrá tiempo de atrincherarse, de poner obstáculos antitanque, de situar la artillería, de establecer los planes de fuego? Los jefes de las grandes unidades interesadas calculan necesaria una tardanza de ocho a quince días para montar una organización defensiva que presente alguna solidez. ¿Se puede contar con ello?

La respuesta depende de dos factores: la posición elegida y el tipo de cooperación que los belgas den a los Aliados. La posición más cercana es la del Escalda. La maniobra para llegar allí es relativamente segura y corta. El enemigo está lejos y basta hacer girar entorno a Maulde el ala izquierda del dispositivo.

Esa solución es débil. Abandona al enemigo Bruselas y la mayor parte de Bélgica. Además, el Escalda es un mal obstáculo. Las chalanas son tan numerosas, que aún hundidas formarían en todas partes pasos practicables para la infantería.

Defensas del Canal Alberto
Las ventajas y los inconvenientes de la otra solución extrema, el canal Alberto, son inversas. Se llega de un salto a la proximidad de la frontera alemana. Sólo se sacrifica un mínimo de Bélgica. Se dispone del mejor foso antitanque de Europa: una superficie de agua amplia y profunda, taludes cortados a pico, fortificaciones permanentes apoyadas en los campos atrincherados de Amberes y Lieja. En cambio, las tropas aliadas tendrán que recorrer cinco veces más camino que las tropas alemanas para alcanzar el canal.

Despliegue de los ejercitos aliados al momento de iniciarse el ataque alemán
Entre esos dos extremos, ha madurado una solución intermedia más acorde al pensamiento del generalato francés. Esbozada el 5 de noviembre, se ha precisado el 14 en la Instrucción Personal y Secreta Nro 8, dirigída por Gamelin y Georges. Las tropas aliadas irían a establecerse en una línea Amberes-Lovaina-Wavre-Namur: allí recogerían los restos del ejército belga en retirada, después de haber dado un combate de retardo en el canal Alberto. La posición puede ser guarnecida en dos días por las divisiones motorizadas y en cuatro por las de a pie.
Para apoyar a los belgas y retrasar la irrupción de los alemanes, se enviaría adelante al cuerpo de caballería, 2 D.L.M, del General Prioux. Hay razonable derecho de esperar con esto una semana de dilación, o sea, el tiempo necesario para una mínima organización del terreno (a lo francés).

Las ventajas son indiscutibles: se guarda Bruselas, y el frente se abrevia en 70 Km respecto a la hipótesis "Escalda". El inconveniente principal es la debilidad de los obstáculos naturales. El afluente del Escalda, el Dyle, que deberán defender los ingléses, es un mediocre río que se subdivide en numerosos brazos... Y que está cruzado por no menos de 120 puentes...
Desde Wavre, donde se acaba, hasta Namur, las extensiones apenas onduladas del Hesbaye, del "Hoyo del Gembloux", no están interrumpidas por nada que pueda sujetar al suelo la osamenta gala de una resistencia. Es cierto con que se cuenta que los belgas excavarán un foso antitanque continuo y una barrera de rejas metálicas llamadas "elementos de Cointet". Pero los belgas, rehúsan dar la menor información sobre el emplazamiento y grado de adelanto de sus trabajos. A partir de ahí, la neutralidad les impone el deber de esconderlo todo a sus virtuales aliados, una situación de no creer.

El problema holandés se inserta sobre el problema belga. Hay que prever que no se repetirá el milagro de 1914 y que Holanda quedará englobada en la ofensiva alemana. La Instrucción del 14 de noviembre prevé que se irá en su auxilio, que se tratará, si es posible, de enlazar su ejército con las tropas belgas en el canal Albert o en el Escalda. Después se elabora un plan.

Se ocuparán las islas holandesas de Beveland y Walcheren. Se saldrá de Amberes, y por Breda o Tilburg, se intentará enlazar el reducto nacional, el triángulo Amsterdam-La Haya-Rotterdam, con las posiciones generales de la coalición. Todo un ejército francés, el VII, mandado por el ardiente Giraud, se encargará de esa misión.

Así, cuando se produzca el acontecimiento que espera y desea (el ataque aleman), el mando francés no tendrá más que un lujo de elección entre las maniobras defensivas. Hipótesis "canal Alberto", si las cosas se presentan bien. Hipótesis "Escalda", si las cosas van peor. Hipótesis "Dyle", que es la más probable y nefasta. Y por último, sobreañadida a las otras tres, la marcha a Holanda, Hipótesis "Breda".

La consecuencia común de esas diferentes hipótesis es lanzar de entrada al combate la totalidad de las fuerzas móviles, la masa de maniobra del ejército francés. El VII ejército era el único de reserva: se le expide a Holanda...
El cuerpo de caballería, totalmente mecanizado, era el elemento por excelencia para responder a una perforación de los medios acorazados alemanes: ¡se le quita una D.L.M para Holanda, y se envían las otras dos a Tongeren y a Hannut, para retrasar el ataque a la posición Amberes-Namur...
Lo mismo pasa con las divisiones de infantería motorizada: seis de las siete están comprometidas desde el primer día.
La estrategia francesa, abandonando la iniciativa al enemigo, está fundada en la respuesta... Y lo que su jefe le quita desde el primer día son los medios de respuesta.

Se han elevado numerosas objeciones. La mayor parte de los jefes de las grandes unidades son hostiles a la idea de una entrada en Bélgica. "Cuando nos expusieron la maniobra Dyle - dirá La Laurencie, jéfe del 3er C.E - no tuvimos todos más que una sola idea: Ojalá no tengamos que realizarla nunca..."

A pesar del interés que tiene para ellos la conservación de las costas del Mar del Norte, los ingleses son aún más hostiles: "A menos que cambie la actitud de los belgas - dice su Comité de jefes de Estado Mayor - pensamos que el ataque alemán debe ser recibido en las posiciones preparadas de la frontera francesa".

Y ante tanto alboroto, la actitud de los belgas no se modifica. ¡En septiembre de 1939, temiendo un ataque contra el Ruhr a través de su país, habían situado contra Francia los dos tercios de sus fuerzas! Poco a poco, invierten la proporción, pero temblando de que una imprudencia no proporcione a Alemania un pretexto para atacarles. ¡La frontera francesa está cubierta con barricadas! Se declina todo contacto de estados mayores.
Si el ejército francés entra en Bélgica, lo hará a ciegas, en las peores condiciones de esa batalla de encuentro que su mando tanto teme.
En cuanto a la esperanza, acariciada varias veces, de ser llamado preventivamente por los belgas, adelantándose así a la irrupción alemana, los más optimistas han renunciado a ella.

Y en pleno invierno, el aterrizaje forzoso de Mechelen-sur-Meuse la hace reverdecer.

Los documentos capturados no dejan lugar a dudas. La violación de la neutralidad belga es premeditada por el mando alemán. Los belgas tienen motivos para llamar a los franceses e ingleses. Lo piensan, puesto que piden a París y a Londres garantías de que Bélgica y su Congo quedarán restaurados en su integridad al fin de las hostilidades.

Los ingleses se muestran reticentes... la especulación, es siempre la especulación. Si cae Bélgica, quedará libre el Congo, las tropas imperiales podrían hacer una escapada.
Los franceses, al contrario, apremian. "Cada hora perdida - dice Gamelin al gobierno belga - puede estar cargada de consecuencias". Impresionante declaración para una tortuga burocrática. Cuenta que tiene "una desilusión que le abruma el corazón", cuando su adjunto, Georges, le telefonea que ha reflexionado y se pregunta "si no valdría más aconsejarle a los belgas que no nos llamen". La iniciativa, acaba de morir, si alguna vez nació.

Se ha dado la alerta. Las tropas se agolpan en la frontera. El invierno ataca. Niebla, nieve, frío riguroso. Sufren los hombres, los animales, los motores. Pero los belgas han retirado sus barreras de los caminos y vuelven al Este sus tropas de vigilancia. En la noche del 13 al 14 de enero, su agregado militar, General Delvoie, se presenta en el fuerte de Vincennes con un mensaje del Rey: "Prevengan al generalísimo de que el ataque es casi seguro hoy, domingo 14 de enero...". Gamelin responde que no espera más que una señal, pero que hay que darse prisa, porque no le es posible dejar a las tropas expuestas a la intemperie.

A todo esto, Hitler espumaba de rabia. "Asistía yo - cuenta Keitel - a la mayor tempestad que he visto en mi vida". La ofensiva en que rehusaba creer una parte del Estado Mayor francés, había sido efectivamente ordenada, no para el 14, como creyeron los belgas, sino para el 17 de enero. Hitler había aceptado el inconveniente de los días cortos a cambio de un frío que solidificaba el suelo y helaba los ríos, aumentando sus probabilidades de sorprender al enemigo. Y no va que le cuentan que dos estúpidos aviadores habían aterrizado en Bélgica con planes que revelaban toda la fiesta. El Führer se acordó de la madre, la hermana, etc de varios de los allí presentes. Pasó la sombra de las ejecuciones capitales. Las familias de Reinberger y de Hoenmans fueron detenidas y acreedoras de un viaje con todo pagado a las instalaciones de la Gestapo.
El general de los muchachos en pena, Hellmuth Felmy, jéfe de la 2da Flota Aérea, fué destituido. El mismo Göring tembló sobre su obeso ser.

Luego, con más calma, Hitler examinó la situación. ¿Había que mantener la ofensiva? ¿Había que aplazarla? Todo dependía de la cuestión de saber si los dos oficiales capturados, habían destruido los papeles que portaban.

Llega de Bruselas el agregado aéreo alemán, General Von Wenningen. Los belgas le habían autorizado a ver a los aviadores de Mechelen. También habían escondido un micrófono en la sala de la gendarmería de Etterbach, donde tenía lugar la entrevista. Oyeron a Reinberger dar su palabra de oficial de que todos los documentos de que era portador estaban destruidos. Wenningen llevó al Führer ese perjurio.

Pero llegó otra noticia: el espionaje alemán señalaba que las divisiones motorizadas francesas 9ª y 25ª se habían apersonado en la frontera, "mit laufenden Motoren", y que los belgas quitaban las barricadas de sus rutas (Wenningen no sabía donde meterse). El secreto estaba roto.
Otra vez la conmoción entre Hitler, Göring, Keitel, los del frente, más allá, y la sala de planes que era un griterío. Pero bueno, pasado el momento de las palabrotas, se llegó a la conclusión unánime de que acelerando la ofensiva, se podían esperar grandes resultados.

Hitler consultó a los meteorólogos. Confesaron que el buen tiempo que prometían faltaba a la cita. Había empezado a nevar en abundancia. Hitler volvió a inclinarse ante el cielo. La ofensiva quedaba aplazada "sine die".

También fué la nieve la que acabó con la decisión belga. El 15, el jéfe del estado mayor Van den Bergen declaró al agregado militar francés que así se hacía poco probable una ofensiva; en consecuencia, volvía a poner las barreras de las rutas, y mandaba a su casa a las tropas francesas que ya habian cruzado sus fronteras. Mientras que devolvía a los gendarmes la orden de detener incluso por la fuerza a las tropas franco-británicas que quisieran hacer una entrada a Bélgica inesperadamente. El mismo día, el Rey hacia saber que no podía asumir la responsabilidad de abrir preventivamente el territorio de su país.

El rey Leopoldo seria un firme defensor de la neutralidad belga

Fuente: "La Segunda Guerra Mundial". Raymond Cartier. Ed. Larousse/Paris Match. 1970.
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