1940 Alemania ataca el occidente - Parte 1

LA MULETA DEL TORERO - PARTE 1

Situación de los aliados antes de la embestida alemana.

Convencido de que los espesos bosques de las Ardenas constituían un baluarte «insuperable», el Estado Mayor General francés se limitó a desplegar allí escasas fuerzas. Fue un error catastrófico. En efecto, precisamente al sur de las Ardenas -en Sedán- fue donde los alemanes efectuaron la ruptura decisiva. A través de esta brecha, en una trepidante cabalgada, las unidades acorazadas alemanas se lanzaron hasta el mar, aislando a ingleses y franceses, que se habían dejado atraer hacia el Norte por la «muleta del torero».

Como ya es conocido, el definitivo plan de ataque alemán se basaba en un formidable empuje, por parte de las fuerzas acorazadas, que debía romper el frente del Mosa y luego. en un rápido avance hacia el Norte, llegar a las costas del canal de la Mancha, era un plan arriesgado que inspiró siempre recelos al Alto Mando germánico. Y, en efecto, la escasa confianza que el Estado Mayor alemán tenía en el éxito de dicho plan lo revela la circunstancia de que sus órdenes se referían solamente al establecimiento de cabezas de puente en el Mosa, y no daban otras disposiciones para el caso de que la rotura del frente llegase a producirse.

En el frente aliado, 33 divisiones inglesas y francesas (incluidas algunas de las mejores con que contaba Francia) se enfrentaban con la «muleta del torero» (constituida por las 28 divisiones de Von Bock) y según el «Plan Dyle» del general Gamelin, estaban preparadas para entrar en territorio belga. El importantísimo sector comprendido entre Namur y el extremo septentrional de la linea Maginot se hallaba defendido por el Ejército 9 de Corap y el 2 de Huntziger, que sumaban tan sólo 12 divisiones formadas, en su mayoría, por reservistas. El punto de enlace entre los dos ejércitos se encontraba exactamente en el valle de Sedán. La exigüidad de las fuerzas que cubrían este tramo del Mosa obedecía al hecho de que el Estado Mayor General francés seguía fiel a la idea tradicional de que las Ardenas eran «insuperables». a pesar de que ya en 1928 Liddell Hart y otros observadores habían subrayado que se exageraba mucho a este respecto. Tampoco se había resuelto bien el problema de las reservas: unas 30 divisiones francesas estaban inútilmente inmóviles en la línea Maginot. agregadas a las tropas normales de guarnición. Dos de las tres divisiones acorazadas francesas habían sido asignadas a las fuerzas que protegían Bélgica, al norte de Namur.

Por lo tanto, sólo quedaban 10 divisiones de reserva para hacer frente a eventuales situaciones de emergencia. Ya al final del primer día de batalla, la famosa «masa de maniobra francesa», dé la que después se oiría hablar tanto en varias ocasiones, no existía prácticamente. La escena estaba perfectamente preparada para una tragedia.

🔰 Puntos débiles en la organización del mando 🔰 

Gamelin, comandante en jefe del Ejército francés, había sido, durante la primera Guerra Mundial, jefe de la Sección de Operaciones del Estado Mayor del mariscal Joffre En 1940. en su puesto de mando, situado en el castillo de Vincennes, actuaba en una atmósfera de aislamiento respecto de los sucesos de cada día, semejante a la que había rodeado al gran Joffre en Chantilly.

De Gaulle, después de haber visitado este puesto de mando de Gamelin, elijo que había tenido la impresión de encontrarse en un «convento», y añadía: «En su torre de marfil de Vincennes, el general Gamelin me pareció un sabio intentando verificar las reacciones químicas de mi estrategia en un laboratorio». Por su parte, Reynaud, Primer Ministro, no tenia mucha confianza en Gamelin, de quien había dicho una vez que habría podido ser «perfectamente un prefecto o un obispo», pero no el jefe de un Ejército. En una infructuosa sesión del Gobierno, celebrada precisamente el día antes del ataque alemán, había intentado destituirlo de su cargo por el poco airoso papel que desempeñó en la desastrosa campaña de Noruega Gamelin tenia como sustituto al general Georges. a quien, en su calidad de «comandante en jefe del frente nororiental», le-correspondía también (en teoría) el mando efectivo y directo de las actividades operativas en todo el arco del frente, desde Suiza hasta el mar. Pero las atribuciones de ambos generales, mal definidas, tendían a sobreponerse, y a esto había que añadir, además, el hecho de que sus relaciones personales eran más bien difíciles.

Desfile en París de las poderosas unidades blindadas galas
Entre el general Georges y los diversos jefes de Ejércitos todavía había otro general con su mando: Billotte, comandante del Grupo de Ejércitos I, Gamelin no ejercía ningún mando sobre la Aviación. Por otra parte, su puesto de mando no disponía de una estación de radio con la que pudiese estar en contacto con los comandantes de las grandes unidades que dependían de él. De un jefe a otro, la cadena del mando francés era tan complicada y poco eficiente que hacia perder a los franceses el elemento que más necesitaban: el tiempo.

Aparte este elemento de vital importancia, las dos armas decisivas del ataque alemán fueron el carro de combate y el avión. En el terreno de las fuerzas acorazadas, la relación numérica, como ya se ha dicho en otro lugar, era favorable a los Aliados, pero su organización, estructuración y dominio de empleo eran totalmente inferiores. Los carros de combate franceses estaban subdivididos entre los mandos de Caballería y de Infantería, repartidos entre unidades mayores, como ya lo habían estado en la primera Guerra Mundial. En cambio, las fuerzas acorazadas alemanas estaban concentradas en diez Panzerdivisionen. bien entrenadas y de comprobada eficacia, cada una de las cuales tenía una fuerza comprendida entre los 220 y los 300 carros de combate, contra los 120 y 160 asignados, respectivamente, a la 1era y 2da Divisiones Acorazadas francesas. Por otra parte, sólo entonces, al principio de la guerra, comenzaron los franceses a preparar las primeras minas contracarro. Durante la «guerra extraña» la propaganda francesa había aprovechado al máximo la afirmación propagada por las tripulaciones de mis carros, de que los proyectiles contracarros del enemigo «rebotaban» en la coraza de sus máquinas. 
Quizá fuera cierto, pero más cierto era que los carros de combate alemanes eran muy supriores a los franceses en velocidad y autonomía.

El Ejército francés carecía, además, de un elemento muy esencial, aunque no mensurable: la moral, los recuerdos de Verdún y del millón y medio de muertos de la primera Guerra Mundial pesaban gravemente sobre todos los soldados. Así mismo. los efectos deprimentes de la política del Frente Popular, del appeasement, de las incruentas victorias de Hitler y la espectacular y rápida derrota de Polonia, habían dejado una huella profunda en el ánimo del soldado francés, agravada además por el largo periodo de inactividad que había caracterizado los meses de la «guerra extraña». «A todo esto -escribía un general del Ejército 2 francés- debemos añadir los desastrosos efectos de la bebida, esta excrecencia cancerosa que corroe el nervio vital del país... En las mayores estaciones ferroviarias hemos tenido que preparar locales eufemisticamente denominados salas de desetilización».

La Linea Maginot
Inmediatamente después de la campaña de Polonia, Hitler demostró una vez más lo extraordinaria que era su intuición y cuánto se equivocaban sus generales, haciendo observar a Jodl: «El gasto de enormes sumas de dinero para la construcción de la línea Maginot, que se ha prolongado durante tantos años, no ha dejado de ejercer cierta influencia sobre ellos (los franceses). Imbuidos en sus ideas de ‘seguridad', han perdido aquel Ímpetu que los convirtió, en la primera Guerra Mundial, en nuestros enemigos más peligrosos». Todo lo contrario podía decirse de los jóvenes alemanes de la Wehrmacht que, desde lo alto de las tórretas de sus carros de combate, veían cruzar rápidamente, ante sus ojos, los floridos campos de aquel mes de mayo y que sentían una suprema confianza en la superioridad de su raza: habían adquirido un ímpetu totalmente nuevo.

Unidades panzer esperando su momento en la frontera alemana.

Autor: Alistair Horne, "Así fue la Segunda Guerra Mundial".
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