Las Guerras Pírricas - Parte 2

La batalla de Heraclea: 

Completados los preparativos por parte de ambos bandos, movilizaron sus ejércitos en busca de el choque decisivo. En Tarento las noticias del avance de Levino sorprendieron a Pirro que esperaba un movimiento mas cuidadoso de los romanos. Por este motivo y con la finalidad de ganar un poco mas de tiempo -a espera de la llegada de sus aliados italicos- el rey envío embajadores ante el Cónsul manifestandole el poder de su ejercito, entrenado en múltiples guerras, y ofreciéndose como mediador en la disputa surgida entre los griegos de la Magna Grecia y Roma. Pero la respuesta de Levino fue contundente.


“Los romanos no eligieron a Pirro como mediador ni lo temen como enemigo” (Plutarco. Pirro. 16,4)

Recibida la respuesta el rey movilizo sus tropas para alcanzar a los romanos en un terreno que fuese apropiado para su falange, a diferencia de otras oportunidades ahora las legiones buscaban agresivamente el choque inmediato con los griegos para evitar que estos recibieran el apoyo de samnitas y lucanos.

Griegos y romanos no habían combatido nunca, y los griegos pensaban que los romanos no eran mas que otra de las tribus desorganizadas y bárbaras que habían derrotado con facilidad anteriormente.

Pirro tomo posiciones cerca al rio Siris y acampo mientras enviaba algunas fuerzas a ocupar los vados para evitar cualquier ataque sorpresa por parte de los romanos, es conocida la anécdota en la que el rey se acerca al campamento romano y queda sorprendido con el orden y la excelente organización de los "bárbaros".

También se dio cuenta que el ejercito romano era numéricamente superior al suyo, aunque estaba seguro que su falange superaría a la legión romana. Y además, disponía en reserva de los elefantes, que los romanos aun no conocían.

Levino entendía que debía provocar el combate y medir fuerzas rápidamente antes de que el enemigo reforzara su ejército. Por lo que decidió cruzar el río con sus legiones al completo y en formación de batalla. La guardia de Pirro fue arrollada mientras la infantería romana cruzaba por un vado y la caballería “corriendo por el agua en muchos puntos”, pero en muy buen orden.
Pirro no tuvo más opción que aceptar el envite, a riesgo de perder sus aliados si se mostraba reacio al combate. Sacó su ejército y formó una línea de batalla frente a su campamento con su infantería. Y, conduciendo toda la caballería (sus tres mil jinetes), corrió raudo para intentar tomar a los romanos mientras aún cruzaban el río.

La Batalla

Como decíamos, el ejército romano (un ejército consular reforzado o ampliado) contaba con alrededor de 25,000 (max. 35,000) hombres, incluyendo caballería e infantería, organizada en el clásico “triplex acies” de las legiones romanas de la era manipular.

Pero, tal como anticipamos con la cita de Plutarco (Plutarco: Pirro 17,5), Pirro contaba solo con sus tropas griegas (el ejército que había traído de Epiro) que sumaban 20,000 hombres de infantería de línea, mencionada como “la falange”. La tropa de proyectil contaba 2,500 total, 3,000 eran los jinetes y veinte sus elefantes. A esto debemos sumar la milicia de Tarento (de 3,000 a 5,000 hombres de infantería de línea).

Como mínimo, el ejército de Pirro pudo contar unos 25,000 hombres de infantería de línea. De máxima, unos 35,000. Dependiendo la cantidad de efectivos en estos contingentes aliados, de los cuales apenas tenemos información. Por lo tanto, podemos ver que ambos ejércitos enfrentados se encontraban bastante parejos en números. Sin embargo, esto no disipó los temores del rey.

Cuando Pirro percibió el buen orden que mantenía el ejército romano mientras cruzaba el río, mandó cerrar filas a sus jinetes y cargar al enemigo.

El encuentro con la caballería romana debió haber sido un espectáculo magnífico. A decir de Plutarco, Pirro no solo destacaba por su brillante armadura, sino también por su valor e inteligencia: “demostró con sus acciones que su valor no desmentía su fama; y sobre todo porque, mientras participaba activamente en la lucha y rechazaba vigorosamente a sus atacantes, no se confundía en sus cálculos ni perdía su presencia mental, sino que dirigía la batalla como si la estuviese inspeccionando desde la distancia, lanzándose acá y allá él mismo y llevando ayuda a aquellos a quienes él creía abrumados” (Plutarco. Pirro. 16,7-8).
Fase 1, Pirro trata de retardar al ejercito romano
El combate fue durísimo para ambos bandos. El propio Pirro pudo haber caído en la refriega con el frentano Oblacus.

La caballería griega parecía abrumada por las acciones. Puesto que Pirro advirtió que comenzaba a ceder. Tal vez los romanos habrían sumado el apoyo de su infantería, o sus tropas ligeras. O tal vez el combate en la cercanía del río, su orilla, impedía las adecuadas evoluciones de la caballería epirota. En definitiva, Pirro ordenó intervenir a la infantería que, hasta el momento, se encontraba expectante.
Fase 2, los ejércitos se despliegan
Lo que siguió fue la primera batalla entre falangistas y legionarios. Se produjo una serie de enfrentamientos, frustrantes para cada bando. Los legionarios se veían frustrados porque no podían romper el muro de sarissas, los epirotas se veían frustrados porque cada vez que derrotaban a un manipulo, otro manipulo los flanqueaba y la línea de hoplitas corría grave peligro de ser traspasada.

Por suerte para Pirro, las legiones aliadas de Roma no pudieron desplegarse convenientemente, lo que hubiera permitido a los romanos flanquear a la falange desde ambos lados.

Durante largo tiempo, el resultado de la batalla fue incierto.


En ese momento ocurre lo inesperado. Tras la acción de Oblacus, Pirro había intercambiado su armadura con uno de sus “compañeros” llamado Megacles. Pero éste, acosado por muchos enemigos, que lo confundía con Pirro, cayó muerto por múltiples heridas.

La noticia de la supuesta muerte de Pirro corrió como reguero de pólvora y afectó a ambos ejércitos. Envalentonando a los romanos y amedrentando a los griegos.

Advertido del riesgo, Pirro tuvo que correr a cara descubierta frente a la línea de su ejército para evitar el descalabro. El peligro era inminente. El ejército griego estaba a punto de caer puesto que los romanos presionaban y volcaban las acciones decididamente a su favor.
Fase 3, el ejercito epirota comienza a verse en apuros
En ese momento entra en escenas los elefantes, que Pirro había mantenido en reserva prudentemente. La irrupción de estos animales por el flanco fue suficiente para revertir las acciones. Los caballos romanos, espantados por el hedor de las bestias, se descontrolaron arrojando a sus jinetes (que eran pisoteados por los paquidermos) o huían despavoridos en cualquier dirección.
Fase 4, Pirro hace uso de los elefantes como último recurso
Las legiones también se vieron afectadas. Semejantes bestias, nuca vistas en Italia, causaron pavor a los legionarios que abandonaban la lucha (los romanos llamaron a los elefantes "bueyes lucanos"). Ahora, la infantería romana era repelida, y la caballería griega se reorganizaba para perseguir a los que huían, destacando especialmente en esta acción los de Tesalia.

La victoria era de Pirro.

Victoria Pírrica

Curiosamente, las bajas producto de la batalla nos llega solo por Plutarco. El historiador griego informa que Dionisio calculó 15,000 romanos contra 13,000 griegos. Y lo contrasta con Hierónimo de Cardia, quien ofrece una cifra más acorde con la realidad y los eventos posteriores: 7,000 romanos versus 4,000 griegos. A fin de cuentas, las cantidades que adoptamos para el presente escrito. Vale decir que, el porcentaje de bajas es muy alto. Altísimo si asumimos la menor estimación en cuanto a la cantidad de tropas involucradas (30% aprox. para los romanos).

Al finalizar la batalla, Pirro recorrió el campo de batalla, y al observar los cuerpos de los romanos caídos en combate, y viendo que todos ellos (o su mayoría) lo habían hecho combatiendo de frente, y no dando la espalda a su enemigo, no pudo ocultar su asombro. El enemigo que enfrentaba no era un rival menor. El resultado de la batalla por mucho tiempo estuvo indeciso y, si no hubiera sido por los elefantes, la victoria hubiera favorecido a los romanos, un gran estratega como Pirro sabia esto.
La intervención de los elefantes fue vital para decidir la batalla.
Para colmo, las bajas en el ejército de Pirro también se contaban entre lo mejor de sus hombres. Puesto que muchos de sus oficiales habían caído, bajas que se volvían irremplazables.

Pero todas no eran malas para el rey de Epiro. La noticia de la victoria corrió rápido, y los pueblos de Italia que había ofrecido su apoyo, enviaron sus tropas como refuerzo. samnitas y lucanos abandonaron su ocasional “prudencia”, y se sumaron al ejército de Pirro, a quien consideraban su salvador. Los brutios, que no habían sido incluidos en las promesas de los tarentinos, también enviaron sus tropas. En poco tiempo, el ejército de Pirro fácilmente duplicaba su número.

Justino, entre otros autores, informará que “Muchas ciudades de Italia, movidas por el resultado de esta batalla, se rindieron a Pirro. Entre otros también Locri, traicionando a la guarnición romana, se rebeló contra ellos (los romanos)”.
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